Los límites de la investigación científica
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La Dra. Cinthia Hurtado regula y enseña ética. Con experiencia en medicina interna y ensayos clínicos, lidera hoy los procesos que garantizan la conducta responsable en la investigación biomédica. Su misión: proteger a quienes participan en la ciencia.
A veces, la vocación se hereda por transmisión. Basta ver a alguien que uno admira cumplir con su trabajo. Ese es el caso de la Dra. Cinthia Hurtado. Todo empezó con su padre, tecnólogo médico en el hospital Cayetano Heredia. Ella era solo una niña cuando lo acompañaba por los pasillos del establecimiento de salud. “Así nació mi pasión por la salud de las personas”. No fue una decisión racional, fue un lazo afectivo que con los años se convirtió en destino profesional.
Estudió medicina, pero, al terminar, no ingresó a la práctica hospitalaria. Empezó en el Instituto de Medicina Tropical Alexander von Humboldt como coordinadora de ensayos clínicos. No era precisamente el lugar en el que un médico recién graduado empieza su carrera. No obstante, allí descubrió algo esencial: que la ciencia aplicada podía tener tanto impacto como el diagnóstico diario.
“Coordinaba estudios sobre tuberculosis multidrogorresistente (TB-MDR). Participé en la validación de un nuevo medicamento que hoy forma parte de la norma técnica nacional”, recuerda. Es una línea que se repite en su biografía: trabajar desde donde no se ve, para transformar donde importa. La eficacia científica unida a la responsabilidad ética.
Donde nadie mira
Hoy, la Dra. Hurtado ocupa uno de los roles más exigentes y menos comprendidos del mundo académico: el de garante institucional de la ética en investigación. Es la Directora de la Dirección de Asuntos Regulatorios de la Investigación en la UPCH, y está a cargo de oficinas clave como Ensayos Clínicos, Bioseguridad, Regulación Ética y Conducta Responsable.
“La ética no es solo revisar papeles. Es garantizar que toda la investigación que se hace, desde que nace como idea, se piense en función del bienestar de las personas”, afirma. Su trabajo implica revisar, cuestionar, frenar, corregir y, sobre todo, formar a otros en cómo se debe investigar sin vulnerar los derechos.
Muchos creen que basta con tener una hipótesis. Pero la ciencia también tiene márgenes: el consentimiento, la equidad y la transparencia. Y allí aparece su otro rol: coordinadora de la Maestría en Ética de la Investigación. “Queremos formar personas que no solo conozcan la normativa, sino que piensen críticamente, que puedan liderar comités de ética, que entiendan que la ciencia no puede funcionar a espaldas de la sociedad”.
Desde lo técnico
La Dra. Hurtado sabe de lo que habla. No solo porque regula, sino porque inspeccionó e investigó desde el Estado. Fue evaluadora de ensayos clínicos en el Instituto Nacional de Salud (INS). Conoce los protocolos, los puntos ciegos, las urgencias y presiones que enfrentan los equipos. Su experiencia le permite ver más allá de los formularios: entender las dinámicas humanas que atraviesan la producción científica.
Actualmente, es becaria del prestigioso Programa Fogarty, cursando la Maestría en Ética de la Investigación en las Américas en la FLACSO de Argentina. Un espacio que, como ella misma explica, le permite reflexionar desde otra geografía y con una red más amplia de colegas latinoamericanos: “Intercambiamos experiencias, analizamos casos complejos, exploramos los límites entre lo legal, lo ético y lo cultural. Es una formación que no solo me fortalece a mí, sino a las instituciones a las que pertenezco”.
Hacia una nueva cultura
No es casualidad que el enfoque de la Dra. Hurtado trascienda el marco normativo. Su apuesta es más ambiciosa: construir una cultura institucional basada en la responsabilidad científica. Desde el pregrado hasta los proyectos financiados, su visión es que la ética deje de ser una etapa o requisito, y se convierta en una forma de pensar.
“Cada investigador debería preguntarse no solo si puede hacer algo, sino si debe hacerlo. Esa es la pregunta que cambia todo”, sentencia. Por eso, no duda en decir que su trabajo —entre regulaciones, protocolos, revisiones y capacitaciones— es más político que administrativo. Está formando ciudadanía científica. Está diseñando los límites del deber.