Raquel Villaseca: formar para transformar, enseñar para liberar
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Educadora con casi cinco décadas de experiencia, la Lic.. Raquel Villaseca ha hecho de la investigación una herramienta para cambiar realidades. Desde las aulas rurales hasta la universidad, su camino ha estado marcado por la formación de formadores y la defensa de una educación con sentido y con alma.
Todo empezó con dos libros. Uno que le mostró la pobreza de cerca. Otro que le reveló el camino para combatirla. Tenía once años cuando leyó “Los perros hambrientos”, de Ciro Alegría. Y, desde entonces, la pobreza dejó de ser una palabra lejana para convertirse en una obsesión personal. A los trece, su padre le regaló una colección de José Carlos Mariátegui. Fue ahí donde descubrió que la educación podía ser algo más que un servicio: era una forma de justicia. “Decía que había que llevar educación a la zona rural, que era una urgencia nacional. Eso me marcó”, recuerda.
Esa convicción fue más fuerte que su vocación inicial por la medicina. Decidió estudiar Educación. Y, desde su tercer año de carrera, ya estaba haciendo algo más que estudiar: fundó un centro de investigación con sus compañeros para intervenir en asentamientos humanos. Investigación, sí, pero con agua, desagüe, talleres de costura, arte y alfabetización. “Aprendí que investigar también puede transformar la vida de las personas”. La suya también se transformó
Al terminar su carrera eligió enseñar en la zona rural. Rechazó plazas más cómodas y se fue a vivir con una familia campesina. “No quería el alojamiento para profesores. Quería vivir como mis estudiantes”. Esa inmersión, esa decisión de mirar desde adentro, fue el germen de lo que vino después: movimientos pedagógicos en cooperativas agrarias, redes de formación docente, cursos mensuales autogestionados. “Era una comunidad de aprendizaje real. Los docentes no tenían título, pero tenían sabiduría”.
Educación, gestión y política pública
Ya en Lima, siguió explorando la educación desde todos los ángulos. Completó otra carrera en Administración Educativa. Se hizo cargo de coordinaciones escolares sin sueldo, pero con hambre de experiencia. Luego estudió Economía en la Universidad San Marcos. “Porque entendí que la educación también es política pública, es economía, es sistema”.
Esa mirada integral la llevó a trabajar en Fe y Alegría, en parroquias, en zonas marginales de Lima, en proyectos de alfabetización con adultos. Y, más tarde, en 1997, la condujeron a la Universidad Peruana Cayetano Heredia. “Vine cuando era aún un centro de promoción educativa. Traje todo lo aprendido en zonas rurales, donde había trabajado con más de cien escuelas”.
Su llegada coincidió con una etapa decisiva. Cayetano heredaba una tradición de articulación entre salud y educación. Ella ya la conocía: había trabajado con el doctor Carlos Vidal durante la epidemia del cólera, en campañas que cruzaban prevención sanitaria y aprendizaje comunitario. “Desde esa experiencia entendimos que educación y salud no podían caminar por separado”.
Formar a quienes forman
Desde la Facultad de Educación, impulsó proyectos con financiamiento nacional e internacional. Diseñó programas de fortalecimiento para directores y docentes, en regiones amazónicas y altoandinas, siempre con una lógica de formación situada. “Las reformas educativas han fracasado porque no se forma bien a quienes forman”.
Por eso, en 1998, se propuso un cambio radical: formar a los formadores. No con una clase suelta ni con manuales preestablecidos; sino como un proceso continuo. Luego en el 2002 se inició una formación más rigurosa, que luego se transformó en un diplomado riguroso, con criterios de selección estrictos, con seguimiento personalizado. Así nació el Diplomado en Formación de Formadores de UPCH, que hoy coordina.
Un programa con tres dimensiones
“El futuro formador necesita trabajar en tres dimensiones”, explica. “Primero, la personal: autoestima, liderazgo, empatía. Segundo, la profesional: saber de su área y manejar herramientas pedagógicas. Tercero, la didáctica: diagnosticar, diseñar, formar y evaluar”. Cada egresado, al terminar, debe presentar una propuesta completa de formación continua para una institución o región. Un plan real, con objetivos y estrategias, con evaluaciones iniciales y finales, con lógica presencial o virtual, según el contexto.
Aunque el programa está pensado en educadores, su metodología apunta más alto. “Queremos que sepan formar, pero también incidir. Que participen en foros, que propongan políticas públicas. Porque sin buenos formadores, no hay buena escuela”.
La pandemia fue la prueba más dura. Pero también la más reveladora. Formamos a comunidades rurales a más de 4.000 metros de altura usando tecnología básica. “Demostramos que sí se puede, que lo digital también puede ser humano”.
A sus 50 años de trabajo, Raquel Villaseca no acumula títulos, acumula convicciones. Una de ellas: que el formador no es un técnico, es un actor político. Otra: que la educación no se mide en logros individuales, sino en cambios colectivos.
Y una más: “La formación docente no puede ser improvisada. Requiere visión, afecto, rigor y compromiso. Y eso es lo que intentamos enseñar. O, mejor dicho, lo que intentamos vivir”.